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De la sexualidad comprada al erotismo inventado  

Lilithnocturna 51F
14 posts
4/8/2020 11:19 pm
De la sexualidad comprada al erotismo inventado

DE LA SEXUALIDAD COMPRADA AL EROTISMO INVENTADO EN PAN, EROS Y PSIQUE DE OCTAVIO PAZ.

De la sexualidad comprada al erotismo inventado en Pan, Eros y Psique de Octavio Paz: una vanguardia erótico-social estructuralmente conservadora (Fourier) frente al pánico sexual posmoderno elementalmente mediatizado (Sade, Freud)

El amor es un signo de nuestra miseria.
Simone Weil
Filemón y Baucis no pidieron la inmortalidad ni quisieron ir más allá de la condición humana: la aceptaron, se sometieron al tiempo. Octavio Paz

En el presente texto ensayamos el binomio sexualidad/erotismo afrontado por Octavio Paz en su libro: Pan, Eros y Psique. No lo hacemos de forma arbitraria y/o caótica, sino con una dirección preestablecida: resaltar el carácter vanguardista de la propuesta del autor en un marco referencial estructuralmente comercializado y elementalmente no erótico. En primera instancia, se reflexiona en torno al fenómeno erótico como metáfora de la sexualidad humana y, en segundo término, como función social. En tercera instancia se aborda la imposibilidad de aprehensión epistémico-ontológica tanto del marqués de Sade como de Freud y “compañía” ante el fenómeno erótico. Se discute también la propuesta erótico-social de Fourier y, finalmente, el carácter ontológico de la erótica paziana en tanto que vanguardia. Partimos del supuesto que refiere a la importancia de repensar la sexualidad humana, sobre todo ante la comercialización globalizada de una seudoidentidad variada, fundada en el intercambio crematístico de simulacros ontológicos. Sea como fuere, en las dilucidaciones pazianas en torno a Pan, Eros y Psique encontramos una cabal y frontal propuesta ante el enorme reto del siglo que empieza

El erotismo como metáfora de la sexualidad

La colosal jornada entre la sexualidad y el erotismo se presenta como una plataforma sólida al trazar los movimientos del segundo de estos acontecimientos. El erotismo, aquella vivencia plenamente humana y, permisiblemente, tan sólo humana, contiene una tensión susceptible de modulación. Entre la lengua y el paladar, el hombre se torna humo. Inhalación y exhalación de un humor que deviene transformación. El humano posee anhelo de humano, un apetito más cercano al ansia que al deseo. Hambre ontológica, tensión y distensión en la urdimbre del ser, nudos, vueltas, puntos y suturas del verbo vuelto carne: lenguaje transpirado. Al excretar palabras desde el lagrimal de nuestro cuerpo, nos buscamos en otro; al relamerlas, encontramos en otro aquello que de alguna forma se torna unidad: conciliación. “Acariciar es reconciliarnos.” Letras que se convierten en lágrimas, lágrimas que se convierten en cuerdas, cuerdas que se tornan redes, redes que atrapan chispas de mar. El erotismo como metáfora de la sexualidad.

La palabra como implica tanto la distancia entre los términos hombre y león, como la voluntad de abolirlos. La palabra como es el juego erótico, la cifra del erotismo. Sólo que es una metáfora irreversible: el hombre es león, el león no es hombre. El erotismo es sexual, la sexualidad no es erotismo.

El hombre que juega a ser león, “águila”, “pulpo”, “cenzontle”, corteja lo humano, no desde el auxilio fiero sino desde una mutación corpóreo-lingüística. Esta cifra del erotismo, qué duda cabe, es calada por la locución, no obstante al volverse caricia, arroja una luz personal al cuerpo. Ya no es una bestia que siente sino un ser que imagina al sentir. No hay forma alguna en que la mera sexualidad ponga un pie en el recinto del erotismo. Al confrontar la sexualidad como una idea general y simple ante el erotismo como una imagen singular y compleja, Octavio Paz es capaz de condenar al mutismo a todos aquellos difamadores del Amor. Sade, Freud y algunos de los llamados “posmodernos” serán taciturnos sordomudos ante el rostro de Eros.

Ahora bien, si el primer movimiento del erotismo es trazado a partir de esta radical distancia con la elementalidad de la sexualidad, las relaciones aparecen bajo un marco cultural, y más puntualmente: un cuadro de extensión social. El erotismo como función social es una de las ideas rectoras del pensamiento de Paz. “Freno y espuela de la sexualidad, su finalidad es doble: irrigar el cuerpo social sin exponerlo a los riesgos destructores de la inundación. El erotismo es una función social”. Dicha finalidad bifronte va más allá de la idea para tornarse Είκών (imagen); el cauce del Ρύσεως (río, cauce, corriente), sus vericuetos, espiras, estanques y cascadas modelan una de las facetas, no menos escurridizas, de los impulsos prehumanos (el prefijo resulta justificado, dada la distinción antes abordada). Tanto la sequía como la inundación , al interior de esta especie de marco social, amenazantes y, por instantes, aborrecibles. La canalización, consecuencia inmediata del dar cuenta históricamente, se nos ofrece como uno de los resortes de dicha función social. Las cercanías con la sublimación escolástica saltan a la vista; no obstante, las distancias puntuales y por momentos tajantes, debido al carácter icónico del cuerpo para el poeta frente al carácter simbólico en la tradición medieval.

Maremotos insulares, diluvios babilónicos y sequías esteparias dejan sus estigmas en la carne de la historia sexual. Hasta la fecha brillan por su ausencia las historias cabales de estas marcas; los intentos psicoanalíticos no sino ingenuas formas de la zoología. No obstante, el registro “matemático” del marqués de Sade llama la atención por sus anclajes filosóficos y sus despliegues contraejemplares. Las relaciones “paradójicas” de la espasmódica pareja placer-dolor asumidas, por fin, en la aburrida prosa de Sade. Uno de los misceláneos rostros de la sensación es capturado en una máscara de yeso y tela, savia y decadencia: rictus disuelto.

La supresión de la dualidad creación-destrucción, mejor dicho: su fusión en un movimiento que las abraza sin suprimirlas, es algo más que una visión filosófica de la naturaleza. Heráclito, los estoicos, Lucrecio y muchos otros habían pensado lo mismo. Nadie, sin embargo, había aplicado con el rigor de Sade esta idea al mundo de las sensaciones.

Vida y muerte, sus relaciones –y, en este caso, algunas secuelas corporales como el placer y el dolor– asumidas desde una plataforma que da cabida a una unificación que ocurre lejos del feudo de la equivalencia. Se ha dado un paso más. Al hablar de poder vital, hablamos a su vez de poder mortal; en el marco de las sensaciones, hablar de placer es a la vez un decir de dolor. La corporalidad se presenta bajo este espectro dual. Podemos palpar en el registro de la máscara de yeso, las venas hinchadas por el furor vital, así como las cicatrices y tejidos extintos.

Hasta aquí el suelo firme en Sade. Ya que al abrazar a la sexualidad como aquella especie de “luz ciega” que ilumina sin ver, es cegado a su vez por el determinismo natural tan alabado por los nobles caballeros de Darwin. Al negar la palabra como una fuente comunicativa, en aras de suprimir la condición corporal del otro, Sade traiciona su primer afán de investigación sensual. “Sade niega al lenguaje, a los sentidos y a las sensaciones. ¿Qué nos ofrece a cambio? Una negación. Más bien: una idea de la negación. A cambio de la vida nos propone una filosofía” (p. 5. Filosofía un tanto obtusa, diríamos ahora, si tomamos en cuenta el presupuesto sensualista del marqués. Al exaltar los sentidos para luego desbancarlos e intentar sustituirlos por la violencia, sus intentos por acercarse a los despliegues eróticos mueren en la mazmorra de la palabra fracaso. El afán de posesión del otro es ya un fracaso erótico. En Paz no se trata, pues, de una prefigurada “impenetrabilidad” del otro, sino de una radical inconmensurabilidad ontológica en el otro. No hay forma de poseerle ya que no hay forma alguna de que aquello otro despliegue completamente su “oculto” infinito, ya que es oculto e infinito incluso para sí mismo.

Extravío erótico: sadismo, el sustantivo se vuelve una forma de ser; ser sádico refiere a una de las facetas corporales de dicho fracaso. El libertino que busca en la cantidad el infinito no puede más que replegarse en los laberintos crípticos de la dominación. “Como en la paradoja de Bertrand Russell, hay un momento para el libertino en que el conjunto es más pequeño que los conjuntos que contiene”, y los calabozos subterráneos –válgasenos la expresión satirizando los sub y los in de los extravíos psicológicos– no más que sombras de la reproducción en tanto sexualidad como un espejo. Ante el espejo fulgura la espada. Frente a la reproducción, el hambre de ruptura. El hombre que constantemente quiere salir de sí, ante el duplicado se vulnera en afán de representatividad y, radicalmente, de recepción. “El erotismo es algo más que violencias y laceraciones. Más exactamente: algo distinto. El erotismo pertenece al dominio de lo imaginario, como la fiesta, la representación, el rito”


Lilithvampira


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